
Me deslizo entre las sombras allí donde la brisa es más templada y la luz titubea. El campo es mío, aunque ya no dejo huellas. Aquí, en este rincón olvidado de la Mancha, soy humo, o algo más, soy la voz que el viento reclama a las espigas, un destello en la penumbra. He visto a los gatos de aquí crecer en huecos de acero y tambalearse con la torpeza de quienes descubren el mundo. Algunos siguieron rutas invisibles, senderos tejidos con las llamas del fuego y la sombra de la luna, para venir a mi lado. Otros permanecen en el rumor continuo de la tierra y la lluvia. Aquí aprendieron la quietud del sol en el lomo, la humedad del norte, el crujir de las hojas secas bajo las patas, el canto madrugador de los gorriones reclamando comida. Los que nos cuidan caminan entre los álamos, sus sombras se estiran y encogen sobre la tierra arcillosa. Se detienen junto a un cuenco, lo llenan de agua fresca o comida y hacen sus vidas como si aquel gesto fuera insignificante. Pero yo lo sé: cada g...