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Me deslizo entre las sombras allí donde la brisa es más templada y la luz titubea. El campo es mío, aunque ya no dejo huellas. Aquí, en este rincón olvidado de la Mancha, soy humo, o algo más, soy la voz que el viento reclama a las espigas, un destello en la penumbra. He visto a los gatos de aquí crecer en huecos de acero y tambalearse con la torpeza de quienes descubren el mundo. Algunos siguieron rutas invisibles, senderos tejidos con las llamas del fuego y la sombra de la luna, para venir a mi lado. Otros permanecen en el rumor continuo de la tierra y la lluvia. Aquí aprendieron la quietud del sol en el lomo, la humedad del norte, el crujir de las hojas secas bajo las patas, el canto madrugador de los gorriones reclamando comida. Los que nos cuidan caminan entre los álamos, sus sombras se estiran y encogen sobre la tierra arcillosa. Se detienen junto a un cuenco, lo llenan de agua fresca o comida y hacen sus vidas como si aquel gesto fuera insignificante. Pero yo lo sé: cada g...

Soy la gatita Zarri.

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Soy la gatita Zarri. O fui. O acaso nunca dejé de serlo. Ahora soy niebla y memoria, luz oblicua penetrando los álamos del río. Habito en esa frontera ingrávida donde la piel es solo un vestigio y los nombres ecos perdidos. Fui de la calle, de la pedrada, del hambre punzante que afila el rostro. Fui de la desconfianza, de la alerta, de la huida. Hasta que una voz, unas manos compasivas me arrancaron de la inclemencia y me llevaron consigo cuando el cáncer ya urdía una telaraña en mis huesos. Y así supe de los tejidos de un cojín, de los cuencos siempre llenos, de mi nombre pronunciado con ternura. Zarri. Zarrapastrosa. En mi nueva morada, la meseta de Ocaña, descanso en paz. Entre los campos de trigo y las hileras de olivos se han reunido otros gatos, mis hermanos, mis compañeros de viaje. Los vigilo, los resguardo y les dejo beber de mi agua ofrendada y descansar en mis flores. El viento, cuando roza las hierbas, murmura secretos que ahora entiendo. Los conozco todos. He vis...